Tristeza, una gran tristeza. Como si hubieses sido un abuelo que me enseño a vivir la vida, me gustaría que lo fueras solo para tener una razón justificable adelante de todos para llorar. En vez de eso, debo esconderme en algún lugar privado a escribirte estas palabras de parte de lo que para vos fue un desconocido. Tal vez no, fuiste un abuelo que siempre se supo mostrar por páginas escritas en un libro nuevo. Cartas que quería mostrarle a todo el mundo, porque sos distinto pero no el único que piensa así. Quise demostrar a todos que si pudiésemos ver el mundo como vos lo hiciste, habría chances de tener uno mejor, porque eso querías con la fuerza de tus palabras.
Un día se fue un grande, único, diferente, de aquellos que con solo leerlo le alcanza a uno para quedar enamorado.
Aprendí a ver otras culturas con tus textos, a pensar en la otra mirada que tiene tanta verdad como la mía, comprendí que hay que tener fe en el humano con un mundo que te invita a descreer de todo.
Me angustia no poder escucharte más, no poder leerte en alguna nueva travesía que me invites. Por suerte todavía me quedan cosas tuyas sin leer, así siento que no te fuiste del todo.
Ojalá pueda hacer de mi fuego uno que arda con solo mirarlo, como vos lo hiciste conmigo y tantos otros a través de tus libros, varios te conocerán ahora a partir del homenaje de muchos.
Espero que se cumpla cada delirio que me hiciste pensar cuando jugamos a tener el derecho aquel, tal vez en el último de mis días entienda que todo se reduce a dos aleteos en este viaje. Un hombre de color no es el negro, que los niños pobres son tratados como basura y los niños ricos como dinero. Que en este mundo patas arriba la locura es una bendición y la cordura una estupidez. Que el fútbol puede ser pasión, herramienta y protesta.
Podría estar eternamente citándote, y me quedaría corto con tus enseñanzas.
Porque fuiste, sos y serás un guía eterno, perdón por encontrarte tan tarde, gracias por tanto.
Espero que te hayas encontrado con algo del otro lado, por más que no creyeras que haya, espero, porque deseo poder encontrarte alguna vez, tomar algún mate o algún café mientras te escucho.
Estas no son palabras que ni se acerquen a lo que pienso de vos y mucho más lejos está de un homenaje acorde a tu persona.
Gracias eternas Eduardo.
lunes, 13 de abril de 2015
miércoles, 8 de abril de 2015
La noche
El cuarto oscuro, no hay luces en su interior. Por la ventana entra un haz de luz, que moja con su brillo la punta de una mesa de madera con dos sillas del mismo material a su lado. Una en frente de la otra, la mesa atrás de ellas, la luz que entra en forma de "v" muestra apenas dos esquinas de la tabla y tres cuartos de los asientos. El gris metálico de una pistola resalta entre tanto marrón y negro.
El muchacho se sienta frente a ella, pensativo. Ella lo mira, sabiendo cada palabra que va a decir como siempre, puede leerle la mente, incluso antes que él sea consciente de sus pensamientos.
-Sabés que lo tengo que hacer- le dice mientras mira hacia la ventana, con su codo apoyado en la mesa y la palma sostiene su cabeza.
-No sé si es necesario, sé que es lo mejor pero no quiero- le dice ella mientras mantiene la mirada en su figura.
-Es complicado mantenerte acá, cuando repercute también allá. No se puede estar partido de esta forma.
Mientras le dice esto la mira y puede notar que al rededor de su cuerpo sobresalen unas cuerdas que la mantienen inmóvil en la silla. Ella no puede moverse, no puede escapar, cree que tampoco lo hubiese intentado, ¿a dónde más podría ir?
Él se levanta de su silla y se acerca a la ventana, piensa. Por ella puede ver el verde pasto que termina en algunas piedras, desde donde está, también puede ver el mar de lejos con un oleaje tranquilo que transmite paz. Al volver a mirarla descubre sus ojos llenos de lágrimas, sus cachetes con un rosaseo irregular y su nariz desprendiendo liquidos. Intenta limpiarse con el hombro los fluidos que emergen pero no lo consigue del todo. El joven libera una de sus manos para que pueda con aquel cuadro.
-No podés seguir acá escondida sin repercutir allá, no se puede vivir partido.
-Pero si no lo hacés podríamos ir a donde quisieras: París, Londres, Ecuador, el sur y norte del País, Nueva Zelanda, todo lo haríamos juntos. Yo quisiera acompañarte siempre que quieras, a donde quieras, como quieras. Es tan fácil y lindo a la vez, no tenemos que estar juntos todo el día son pequeños fragmentos de tu tiempo, ni siquiera serias consciente de que estoy ahí. Este es el único lugar en el que puedo estar, ya no soy la que era, es más nunca fui ella.
-Sé que ya no sos ella, tal vez nunca lo fuiste, pero no puedo seguir permitiendolo, ya no tiene ningún beneficio para mí. No me hace bien, cuando estoy allá no puedo seguir recordando lo que pasa acá, no está bien. Esto se transforma en una fantasía cuando estoy allá, no tiene forma. No tiene sentido.
El hombre agarra el arma, la siente más liviana de lo que pensaba, la contempla unos segundos. Ella lo mira con ojos tristes sabiendo que la decisión esta tomada. Él, apunta el agujero negro mortal hacia su cabeza, está a apenas unos centímetros de su cuerpo. Cierran los ojos ambos, pero solo uno los vuelve a abrir sin mirarla sale caminando del lugar. Da vuelta a la casa por el pasto, lo pisa descalzo y siente su suave espesura, al llegar a las rocas se apoya en una y salta sin pensar.
Se sienta en la cama, las gotas de transpiración bajan por su frente y su remera totalmente mojada. Pone los pies en el suelo y siente el frío del piso. Llena un vaso con agua y se sienta sobre un banco de madera que tiene en la cocina, apoya los codos en la mesa que hace juego, la luz de la luna ilumina como puede el lugar, con la mirada en el vacío piensa que alguna vez le pidió que se quede en sus sueños, pero ahora debía sacarla de una vez por todas de ellos, el único lugar donde aún seguía existiendo.
El muchacho se sienta frente a ella, pensativo. Ella lo mira, sabiendo cada palabra que va a decir como siempre, puede leerle la mente, incluso antes que él sea consciente de sus pensamientos.
-Sabés que lo tengo que hacer- le dice mientras mira hacia la ventana, con su codo apoyado en la mesa y la palma sostiene su cabeza.
-No sé si es necesario, sé que es lo mejor pero no quiero- le dice ella mientras mantiene la mirada en su figura.
-Es complicado mantenerte acá, cuando repercute también allá. No se puede estar partido de esta forma.
Mientras le dice esto la mira y puede notar que al rededor de su cuerpo sobresalen unas cuerdas que la mantienen inmóvil en la silla. Ella no puede moverse, no puede escapar, cree que tampoco lo hubiese intentado, ¿a dónde más podría ir?
Él se levanta de su silla y se acerca a la ventana, piensa. Por ella puede ver el verde pasto que termina en algunas piedras, desde donde está, también puede ver el mar de lejos con un oleaje tranquilo que transmite paz. Al volver a mirarla descubre sus ojos llenos de lágrimas, sus cachetes con un rosaseo irregular y su nariz desprendiendo liquidos. Intenta limpiarse con el hombro los fluidos que emergen pero no lo consigue del todo. El joven libera una de sus manos para que pueda con aquel cuadro.
-No podés seguir acá escondida sin repercutir allá, no se puede vivir partido.
-Pero si no lo hacés podríamos ir a donde quisieras: París, Londres, Ecuador, el sur y norte del País, Nueva Zelanda, todo lo haríamos juntos. Yo quisiera acompañarte siempre que quieras, a donde quieras, como quieras. Es tan fácil y lindo a la vez, no tenemos que estar juntos todo el día son pequeños fragmentos de tu tiempo, ni siquiera serias consciente de que estoy ahí. Este es el único lugar en el que puedo estar, ya no soy la que era, es más nunca fui ella.
-Sé que ya no sos ella, tal vez nunca lo fuiste, pero no puedo seguir permitiendolo, ya no tiene ningún beneficio para mí. No me hace bien, cuando estoy allá no puedo seguir recordando lo que pasa acá, no está bien. Esto se transforma en una fantasía cuando estoy allá, no tiene forma. No tiene sentido.
El hombre agarra el arma, la siente más liviana de lo que pensaba, la contempla unos segundos. Ella lo mira con ojos tristes sabiendo que la decisión esta tomada. Él, apunta el agujero negro mortal hacia su cabeza, está a apenas unos centímetros de su cuerpo. Cierran los ojos ambos, pero solo uno los vuelve a abrir sin mirarla sale caminando del lugar. Da vuelta a la casa por el pasto, lo pisa descalzo y siente su suave espesura, al llegar a las rocas se apoya en una y salta sin pensar.
Se sienta en la cama, las gotas de transpiración bajan por su frente y su remera totalmente mojada. Pone los pies en el suelo y siente el frío del piso. Llena un vaso con agua y se sienta sobre un banco de madera que tiene en la cocina, apoya los codos en la mesa que hace juego, la luz de la luna ilumina como puede el lugar, con la mirada en el vacío piensa que alguna vez le pidió que se quede en sus sueños, pero ahora debía sacarla de una vez por todas de ellos, el único lugar donde aún seguía existiendo.
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