Nadie sabe si estaba asustada o nerviosa, esa mezcla de ansiedad con temeridad. Se sabe que entró sin preguntar, algunos dicen que no sabia adonde iba. Otros, los más viejos, cuentan que era consciente y entró totalmente decidida.
No había hilos dorados que guiasen sus pasos, algunas antorchas simplemente iluminaban a medias las paredes del recinto de aspecto infinito.
Ella caminaba ladeando sus manos, con esa forma tan característica, versiones dicen que iba sonriendo, contenta de su cometido, otras que tenia un gesto serio casi con el ceño fruncido.
Giraba en una esquina y volvía a doblar en otro lado, muchas veces parecía saber a donde iba, como si hubiese estado en ese lugar toda la vida, daba la impresión de haber nacido ahí o alguien le indicase con la mente por donde ir.
En el fondo se escuchaban gritos y golpes fuertes, como si se estuviesen a punto de caer las paredes.
Nadie sabe cuanto tiempo estuvo caminando, algunos dicen que horas y los cuentistas más detallistas relatan que exploró meses, lo cierto es que estuvo y caminó por esos lugares.
El piso del sombrío lugar estaba adornado por huesos viejos y no tanto, una cantidad significativa de personas habían intentado la inútil misión que aquella joven muchacha parecería querer cumplir.
Se dice en el pueblo que muchas lo habían intentado antes y a duras penas habían conseguido llegar al centro del laberinto, esos eran los restos de quienes emprendieron la odisea de llegar o buscaban salir.
A medida que la muchacha caminaba las antorchas de los costados comenzaban a iluminar más el lugar, como si ella expidiese el oxigeno necesario para alimentar la flama de aquellas luces.
El gris de las paredes lograba dar un contraste especial con aquella mujer que llevaba colores consigo, el café de su piel, el negro de su pelo, su vestido turquesa no hacían más que dar cuenta que ella no pertenecía a un lugar así. Su perfume decoraba el lugar, en su perfección constante destruía sin contemplaciones el olor frío de la humedad del abandono, de aquel lugar inhóspito.
El peligro de aquel laberinto no era llegar al centro y enfrentar a la criatura que eliminaba todo a su paso, si no también, el poder salir de esa macabra prisión.
Al llegar al medio del sitio, donde se encontraba monstruo, la joven se acercó con elegancia.
El animal jamás había visto llegar a nadie tan desarmado, todas las personas habían intentado dominarlo, con armas, con la fricción del humano pensante, este que cree que por tener el poder de la palabra, puede gritar, apabullar y destruir todo a su paso.
Miro con su cabeza de toro a la mujer que acaba de llegar al centro del laberinto y comenzó a correr hacia ella.
Los relatos dicen que la mayoría de las personas cuando veían al minotauro salían despavoridos ante tal monstruosidad, aquellas valientes comenzaban a gritarle, querían arrancarle los cuernos y atarlo de pies y manos. Nunca lograban nada y terminaban muriendo. Algunos en la desesperación de la huída morían de miedo, otros fallecían en el intento de cambiar al ser.
La leyenda dice que la joven no hizo nada, solo lo miró, mientras el minotauro se acercaba a toda velocidad, se quedó parada viendo como la bestia se aproximaba.
Los pasos brutos de aquel ser se movían con poderío, con sus manos rasguñaba las paredes como si quisiese ser aún más grande y dar miedo.
La mujer colocó sus manos en su espalda, se balanceaba para adelante y para atrás jugando entre las puntas de sus sandalias y sus talones, como una niña indefensa.
Algunos dicen que sonreía, otros que estaba seria, pero ambos concuerdan en que no hizo nada más que mirarlo mientras aquel monstruo intentaba atacarla.
El minotauro pudo sentir el olor de la mujer que venía desde el exterior, sintió sus ojos apoderarse de él como una flecha que atraviesa todo lo que se cruce en su camino. Su mirada se fue acercando a la de ella, estaba dispuesto a matar a quien fuera que atravesara el umbral, muchas ocasiones, salía antes que lleguen para poder espantarlas antes de que lleguen más profundo.
Algunos ancianos, los que mantienen que no estaba sonriendo, cuentan que lo hizo en este momento, cuando el minotauro estaba lo suficientemente cerca como para que pueda ver este gesto. Aquellos que dicen que la muchacha ya sonreía, difieren resaltando que, la bestia alcanzó a vislumbrar su sonrisa. Aún así, todas las versiones coinciden en que el monstruo frenó a pocos metros, ella simplemente dio la vuelta y caminó, sin decir nada, con su silencio tan pacifico. Al minotauro nunca le habían sonreído así, solamente había recibido intentos de cambiarlo, gritos, caricias traicioneras. Ella salió con pasos tranquilos del lugar, logrando lo imposible, parecía no darse cuenta, como una simple caminata por el bosque, daba la impresión que las paredes se corrían para que ella saliera, así de fácil lo hacía.
La bestia con cuerpo de hombre y cabeza de toro, salió también detrás de ella, pudo así sortear aquella prisión que lo encerraba. Para este, nunca fue su casa aquel laberinto, pero no quería que nadie lo cambie, hasta que llegó la muchacha de la sonrisa mágica para transformar todo su mundo, para liberarlo de esa eterna cárcel que fueron sus miedos y complejos. Descubriendo que solo el amor puede vencer nuestros terrores y librarnos de nuestros laberintos.
Algunos en el pueblo dicen que si prestás atención podés ver al minotauro caminando con su doncella, para los atentos que creen que no hay amor imposible.
No había hilos dorados que guiasen sus pasos, algunas antorchas simplemente iluminaban a medias las paredes del recinto de aspecto infinito.
Ella caminaba ladeando sus manos, con esa forma tan característica, versiones dicen que iba sonriendo, contenta de su cometido, otras que tenia un gesto serio casi con el ceño fruncido.
Giraba en una esquina y volvía a doblar en otro lado, muchas veces parecía saber a donde iba, como si hubiese estado en ese lugar toda la vida, daba la impresión de haber nacido ahí o alguien le indicase con la mente por donde ir.
En el fondo se escuchaban gritos y golpes fuertes, como si se estuviesen a punto de caer las paredes.
Nadie sabe cuanto tiempo estuvo caminando, algunos dicen que horas y los cuentistas más detallistas relatan que exploró meses, lo cierto es que estuvo y caminó por esos lugares.
El piso del sombrío lugar estaba adornado por huesos viejos y no tanto, una cantidad significativa de personas habían intentado la inútil misión que aquella joven muchacha parecería querer cumplir.
Se dice en el pueblo que muchas lo habían intentado antes y a duras penas habían conseguido llegar al centro del laberinto, esos eran los restos de quienes emprendieron la odisea de llegar o buscaban salir.
A medida que la muchacha caminaba las antorchas de los costados comenzaban a iluminar más el lugar, como si ella expidiese el oxigeno necesario para alimentar la flama de aquellas luces.
El gris de las paredes lograba dar un contraste especial con aquella mujer que llevaba colores consigo, el café de su piel, el negro de su pelo, su vestido turquesa no hacían más que dar cuenta que ella no pertenecía a un lugar así. Su perfume decoraba el lugar, en su perfección constante destruía sin contemplaciones el olor frío de la humedad del abandono, de aquel lugar inhóspito.
El peligro de aquel laberinto no era llegar al centro y enfrentar a la criatura que eliminaba todo a su paso, si no también, el poder salir de esa macabra prisión.
Al llegar al medio del sitio, donde se encontraba monstruo, la joven se acercó con elegancia.
El animal jamás había visto llegar a nadie tan desarmado, todas las personas habían intentado dominarlo, con armas, con la fricción del humano pensante, este que cree que por tener el poder de la palabra, puede gritar, apabullar y destruir todo a su paso.
Miro con su cabeza de toro a la mujer que acaba de llegar al centro del laberinto y comenzó a correr hacia ella.
Los relatos dicen que la mayoría de las personas cuando veían al minotauro salían despavoridos ante tal monstruosidad, aquellas valientes comenzaban a gritarle, querían arrancarle los cuernos y atarlo de pies y manos. Nunca lograban nada y terminaban muriendo. Algunos en la desesperación de la huída morían de miedo, otros fallecían en el intento de cambiar al ser.
La leyenda dice que la joven no hizo nada, solo lo miró, mientras el minotauro se acercaba a toda velocidad, se quedó parada viendo como la bestia se aproximaba.
Los pasos brutos de aquel ser se movían con poderío, con sus manos rasguñaba las paredes como si quisiese ser aún más grande y dar miedo.
La mujer colocó sus manos en su espalda, se balanceaba para adelante y para atrás jugando entre las puntas de sus sandalias y sus talones, como una niña indefensa.
Algunos dicen que sonreía, otros que estaba seria, pero ambos concuerdan en que no hizo nada más que mirarlo mientras aquel monstruo intentaba atacarla.
El minotauro pudo sentir el olor de la mujer que venía desde el exterior, sintió sus ojos apoderarse de él como una flecha que atraviesa todo lo que se cruce en su camino. Su mirada se fue acercando a la de ella, estaba dispuesto a matar a quien fuera que atravesara el umbral, muchas ocasiones, salía antes que lleguen para poder espantarlas antes de que lleguen más profundo.
Algunos ancianos, los que mantienen que no estaba sonriendo, cuentan que lo hizo en este momento, cuando el minotauro estaba lo suficientemente cerca como para que pueda ver este gesto. Aquellos que dicen que la muchacha ya sonreía, difieren resaltando que, la bestia alcanzó a vislumbrar su sonrisa. Aún así, todas las versiones coinciden en que el monstruo frenó a pocos metros, ella simplemente dio la vuelta y caminó, sin decir nada, con su silencio tan pacifico. Al minotauro nunca le habían sonreído así, solamente había recibido intentos de cambiarlo, gritos, caricias traicioneras. Ella salió con pasos tranquilos del lugar, logrando lo imposible, parecía no darse cuenta, como una simple caminata por el bosque, daba la impresión que las paredes se corrían para que ella saliera, así de fácil lo hacía.
La bestia con cuerpo de hombre y cabeza de toro, salió también detrás de ella, pudo así sortear aquella prisión que lo encerraba. Para este, nunca fue su casa aquel laberinto, pero no quería que nadie lo cambie, hasta que llegó la muchacha de la sonrisa mágica para transformar todo su mundo, para liberarlo de esa eterna cárcel que fueron sus miedos y complejos. Descubriendo que solo el amor puede vencer nuestros terrores y librarnos de nuestros laberintos.
Algunos en el pueblo dicen que si prestás atención podés ver al minotauro caminando con su doncella, para los atentos que creen que no hay amor imposible.