lunes, 29 de septiembre de 2014

El tiempo eternamente finito

El  tiempo, creación humana, mortales haciendo cosas que juegan a ser infinitas. El transgresor de todos, aquel minutero que pasa sin cesar por la vida, cada segundo tan igual y tan distinto al resto. Ese instante que puede cambiar la vida con sólo el hecho de pasar al siguiente. En ese momento aparece la Diosa que puede romper aquel embrujo, tal vez para cambiarlo con otro, el de sus ojos.
En este mundo donde todo juega a estar mal, tratando de existir, sobreviviendo. Subsistiendo la mayoría, mientras aquellos que nacieron con todo intentan quedárselo. Se trata de, en este respiro que dura el humano en el mundo, quedarse con todo lo posible o eso enseñan. Cuando lo que más llena no está inventado por el ser, nace con él, es ella, nace en el mismo soplo, extrañamente y se junta con el de aquel muchacho. Mira en el infinito de aquellas ventanas del cielo, entra en razón, o se sale de ella.
Los mortales, los infelices eternos, los minutos pasando por el universo. Animales con el maleficio de ser conscientes de morir, de llorar, de reír, maldición y bendición.
En esta vida, en este pequeño instante que toca formar parte del planeta, de chocar y abrazar la vida de los otros, solamente queda armarse de valor para sentir, que es lo que de verdad viene dado y no la creación del ser humano.
Y ahí esta, la mejor creación jamás creada, el salto en la cadena evolutiva, sin maldad, sin egoísmo, pureza, que rompe con el dolor para hacer eterno lo finito.
Mirada que calienta cualquier invierno, abrazo que refresca el verano, beso que ilumina en la niebla.
La teoría de la evolución rendida a un ser que ya no es humano, no quiere quedarse con nada porque ya tiene todo. Es ella que sólo con el respirar transforma en ese efímero momento la eternidad de aquel que respire con aquella.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Caminos

Caminan, siempre caminan. Carlos mira la ventana húmeda de su  auto una mañana de invierno, últimamente todo es invierno en sus ojos. Frío polar sin nieve, apoya la cabeza sobre la puerta de madera al llegar a su casa, lamentándose por la perdida de la cual no es responsable, o tal vez sí, a causa de no escuchar.
Ella ha decidido caminar por otros lados, capaz de sentir la piel de otro y tener lo mismo, jugar a ser iguales, jugar a que nunca, él, se cruzó en su vida. Recuerda lo aprendido, no la persona, ni su sombra, ni su perfume, ni sus caricias, todo fue reemplazado por ese alguien que cambió todo.
Carlos se recuesta en la cama que no ha hecho, la ropa tirada por todos lados, es lo único que cambia hace días, ni sus pensamientos, ni el canal de la televisión, ni siquiera la estación de radio. No sabe si es la nostalgia de retenerla o que no tiene las fuerzas para hacerlo. Mira el techo sin mirarlo y escucha el ruido sin oírlo. Le habría dado todo, hasta su propia vida, pero ese era un secreto que guardaba para que no lo use en su contra e igual careció de validez.
La muchacha camina siempre con su cara redonda, achinando los ojos ante la sonrisa de un amor encontrado, mientras el muchacho la pierde poco a poco. Lucha por retenerla en sus recuerdos, su perfume dulce, sus besos amargos, su cuerpo moreno, sus gustos esquizofrénicos, pero el tiempo es cruel y arrasa todo lo que uno quiere retener.
Ella, mira a ese otro a los ojos, mientras hace uso de la desmemoria, poco a poco, deja de importar las aventuras vividas, y los momentos de efímera eternidad. Toma la mano del nuevo amor soltando el anterior, en una baldosa se deshace de cada oportunidad de regresar, de recordar.
Las gotas de la ducha caen en su espalda mientras la cabeza de Carlos se apoya en los azulejos, con los brazos cruzados, piensa en todas las tramoyas que armó para llegar y lo que perdió al partir.
El cenicero lleno y vasos con alcohol de varios días y su cabeza que no para de moverse, no sólo no fue nada sino que hasta fue sencillo olvidarlo.
Ella camina sin penar, ni culpa, tal vez, algún día piense que se equivocó pero serán miseros instantes hasta volver a la desmemoria.
Él piensa que, en alguna forma, todos somos eso, tan sólo recuerdos.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Antes y después

La noche fría y espesa, el rocío mojaba las hojas del pasto, pocas estrellas llegaban a vislumbrarse pero sí la luna redonda reluciente iluminando como un reflector aquella escena.
¿Cómo recordar en que momento llegaste a donde estás parado? ¿en que momento sos consciente cuando bajaste la guardia?
Ahí estaba él, viendo sus ojos redondos, algo rasgados, esa mirada que calentaba el más frío corazón y ella que sólo miraba como aquel témpano iba desmoronándose. El calentamiento global golpeaba su puerta y no era por causa de la contaminación sino de la purificación del aire.
Expuesto, vomitó recuerdos y heridas, tuvo que respirar hondo para no quebrar la voz y que ella no note que estaba balanceando su pesar entre romperse y arreglarse.
Examinó su pasado, le dijo todo lo que pudo y más, no estaba pensando, era otro él quien hablaba, y explicaba que sentía, y este ya no era.
Le habló del miedo que tuvo de sentir su piel por primera vez, de lo temblorosas de sus manos cuando pudo besarla aquella oportunidad. Contó de todos sus pensamientos cuando tragó saliva, respiro hondo y le dijo "te amo" con tanto miedo como un niño de confesar una travesura. Murmuró sobre sus fantasmas y fracasos, de la primera vez que la vio y cuando la volvió a mirar años después.
Ella sólo fue una espectadora y silenciosa participante del milagro que produjo, detuvo el tiempo y admiro como se caían una a una las capas de aquel muchacho que había aprendido a dejar de querer pero hay cosas que como la bicicleta, nunca se olvidan.
Basto su silencio, su amor para que él tenga esperanzas, por lo menos, en una persona. El peligro de aquello, lo aterraba pero sus besos le daban el valor suficiente para seguir hablando, tirando capas y dejando el tiempo andar como si no existiese.
Pudieron ser conscientes que los minutos, segundos, son un invento del hombre para obligar a enfriar corazones, fueron participes de verse en ese momento que se hacia antes y después.  

lunes, 8 de septiembre de 2014

Paz

La realidad les choca las caras, el tiempo se hace presente en cada instante que él la mira, descubre en un solo beso todo lo que el amor puede curar, descubre en una mirada toda la ternura que puede derretir el tempano más helado.
Luego de tanto esperar, él la mira salir de su casa con ese caminar pausado, su pelo castaño hasta los hombros, sus ojos perdidos en cada paso, o tal vez, en otros pensamientos. Aquel valiente la sigue con la mirada mientras se dirige a su auto, esperó tanto por este momento y a la vez tan poco, toda su vida compuesta en un instante.
Ella cansada de dar portazos y lagrimas injustas, nadie pudo mirarla como él lo hace. Destraba la puerta del auto y ella sube, con las expectativas bajas ante aquel muchacho que no tiene mucho para ofrecer, de corazón sencillo y sinceridad sin filtros.
El beso en la mejilla, las ansías que sea la boca de ella con la que roce su piel, la realidad de estar tan cerca y tan lejos a la vez, cuando nada está dicho pero todo esta escrito. Desafiando ideas y razones, cuando todos le decían que apenas la conocía, su alma era la que hablaba para poner todas las emociones juntas, como si en otra vida hubiesen sido una.
Eran dos perdedores, ella ya había perdido mucho, no le quedaba por perder nada, él había perdido tanto como para no querer hacerlo más.
Bajan del auto y caminan juntos hasta el lugar donde van a comer, nunca su piel estuvo tan cerca de estallar, ella daba pasos a tientas todavía sin darse cuenta de lo que provocaba.
Cuando dos almas, que estaban unidas antes de nacer se encuentran, no hace falta más que unas miradas eternas para recordarse, la razón sobra.
El joven espero tanto como fue posible que su alma lo permitiese y no fue en vano, sin esperanzas cargo con el tiempo del sentir y no con el tiempo de los hombres que es muy distinto.
Las agujas se adormecieron y su charla se hizo eterna, mientras sus almas se iban recordando como antes de nacer y separarse, se fueron acercando hasta volver a unirse, como siempre pertenecieron.
Las risas vencieron a los miedos, las palabras terminaron con los conjuros de otros fantasmas y se amaron sin tiempo. Todo sucedía sin darse cuenta, la mente no es consciente del amor hasta que ya es demasiado tarde.
Suben a su auto nuevamente para dejarla en su casa, aunque sus almas quedarían juntas. Al llegar ella larga una carcajada final con la que él se siente extasiado y así al mirarse, todo se acomoda y desacomoda, todo se vuelve parte de la nada y de la nada se arma todo. Así con un beso, una mirada y sin tiempo llega la paz que solo ellos pueden darse.

jueves, 4 de septiembre de 2014

La vida

Caminaba por el bosque, entre los surcos que había dejado el tiempo y el paso de las personas. El muchacho con ojos tiernos miraba sus manos tocar el verde pasto del costado y remojarse con el rocío que había dejado la madrugada. Siempre con una sonrisa, pisaba con el corazón y hablaba con el alma, dejando entre ver siempre lo bondadoso de su espíritu.
Llevaba un tiempo en el camino, cuando, observando lo maravilloso del sol entre las copas de los árboles que lo acompañaban en su vida, sintió un gran dolor en sus piernas que subía hasta su cintura, alguien había clavado cuchillos por detrás de sus piernas, en sus gemelos y aductores, no pudo ver quién había sido pero la desolación lo consumió. Siempre le gustaba ir sonriendo y sacando risas a la gente no entendía quien podría cometer aquel hecho. Al sacarse las armas blancas calló en la cuenta que sus pasos comenzaban a ser más pesados, tal vez por haber perdido tanta sangre, pero al mirar percibió como sus extremidades comenzaban a transformarse en piedra aunque podía seguir moviéndolos. El material en el que se había transformado trepaba ahora hasta su cintura justo donde empezaba el tórax, no sentía más peso, era como si ahora la piedra fuera una parte de él.
Se recostó a costado sobre el suave pasto que ahora no podía sentir en las piernas pero sí en los brazos y manos. Agradeció al cielo poder seguir sintiendo aquel verde colarse entre sus dedos.
En medio de la noche sintió un ardor increíble. El olor a la carne de sus manos y brazos quemándose lo aterrorizó hasta el límite, no entendía que estaba pasando, si ese campo tan amable en el cual se había parado siempre, hoy lo estaba atacando.
Cerró los ojos y comenzó a correr con lagrimas en ellos, desconcertado y atemorizado por lo que le estaba sucediendo. Notó como sus brazos y manos estaban transformándose también en el concreto de sus piernas, el peso en sus hombros le hizo creer que estaban por ser arrancados de su cuerpo.
Frenó y al mirarse en el reflejo del agua pudo verse en lo que se había transformado, la piedra trepaba de la punta de sus manos hasta el final de sus hombros y desde su cintura hasta sus pies, estaban ahora cubiertos por un material gris, macizo, con ellos ya no podía tener el tacto que antes tenía.
Empezó a llover y pudo refrescarse en las gotas que mojaban las pocas partes de piel que le quedaban, tuvo miedo de poder sentir, por ultima vez, las gotas cayendo por su mejilla.
Caminó bajo el agua, buscando reparo en algún árbol tupido, de repente ninguno estaba con las hojas verdes, ni amarillas. Estaban todos flacos y con ramas peladas, sin intención de volver a crecer ni un brote, el más crudo invierno había llegado y tuvo frío. No podía cubrirse con sus brazos le eran muy pesados para levantarlos hasta su pecho. Al ver a su al rededor descubrió que ya no había pasto verde sino tierra seca, estéril y sobre aquel territorio caía nieve, tan dura como las piedras de la cual estaba hecho. Sintió pavor ante tal espectáculo, como en cuestión de horas todo estaba cambiando a un oscuro mundo. La nevada comenzó a cubrirlo, ya casi no podía moverse, la nieve se apoderaba y se hacia parte de él. Al terminar la tormenta se había transformado todo su cuerpo, ya no era aquel muchacho tierno que intentaba hacer reír y que caminaba con el sol en la cara, aquel personaje había quedado tocando el verde y oliendo el perfume a tierra mojada que le daba el bosque. Ahora él se había transformado en el Golem, tan insensible como el material del cual estaba hecho, la más dura piedra.
Ya no podía sentir, el tacto ni los sentimientos que antes lo desbordaban, ahora se dedicaba a ahuyentar a cualquiera que quiera pasar por ese bosque y quien quiera acercarse a él. No era el responsable de su transformación pero era quien elegía no ser más lastimado por nada.
Así la vida obligó al muchacho a sobrevivir, sin sufrir y sin ser feliz, simplemente viviendo.